domingo, 23 de diciembre de 2012

asideros

la luz que se filtra por mi ventana

Las letras, las letras formando palabras, la tipografía, la tipografía urbana, la tipografía en cualquier parte, las letras chinas, las árabes, la letra que tiene la gente.

Los collares de abalorios, las rayas de colores, los lápices, ordenar las pinturas por colores, ordenar las pequeñeces.

El viento en el pelo, el pelo pelirojo, el pelo largo, las trenzas, el pelo revuelto de la gente, el olor a viento en el pelo.

Las telas africanas, los tocados africanos, la gracia de los negros para ponerse cualquier cosa en la cabeza. África.

Los niños durmiendo, su respiración, los pies de los bebés.

Los tejados, las tejas, la nieve en los tejados, poder ver los tejados de una ciudad desde lo alto.

Los cielos de este otoño, acuosos, que parecen acuarelas.

Los dibujos a lápiz, los garabatos, los bocetos, cualquier dibujo sin pensar, dibujar caras.

Los colores de las comidas, una mesa preparada con esmero, un mantel limpio, el ruido del vino al caer.

Las amapolas, su fragilidad.

Las bicicletas, la gente en bici, las bicis antiguas.

Las fotos antiguas.

Los perros, sus narices negras y húmedas, su fidelidad,  los cachorros, su torpeza al andar, las miradas de los cachorros cuando quieren algo y ceder a esa mirada.

El sigilo de los felinos.

La fuerza de los caballos y a la vez su fragilidad.

Las tiendas de chocolates.

Los cactus, las piedras.

Los corazones, las cosas que parecen corazones.

La luz, la luz tenue, la luz de la mañana y la luz de la tarde, la luz que se filtra, la luz de las velas, las velas con olor, las velas que huelen a vainilla.

Los trenes, las estaciones, las vías y los cables, las despedidas desde un tren, los relojes de las estaciones, la palabra ferrocarril.

Los libros, sus portadas.

Las terrazas, la gente en las terrazas, las colchonetas, los cojines, las hamacas, los columpios.

Los sifones, las botellas.

Los árboles, las siluetas de los árboles, las ramas, las raices, las hojas, las hojas de los árboles por el suelo, recordar el ruido pisando las hojas, los cerezos en flor.

La madera, las contraventanas de madera, Las mesas viejas de madera, el olor a madera.

El mar, el agua, el ruido del agua de un río pequeño, las olas.

Los zapatos de sevillana, las zapatillas de ballet, los tules, las gasas, las telas vaporosas.

El silencio y la blancura de la nieve.

lunes, 17 de diciembre de 2012

otros fríos


Quisiera ser cálida y acogedora.
Y saber qué cosas me he perdido por no serlo.

Pero soy más bien fría,  o así me ven, aunque yo sienta todo el rato el calor por dentro.

Ni falsa, ni empalagosa, pero un poco menos distante sí, me gustaría.

No medimos la distancia con la que queremos relacionarnos, simplemente te colocas ahí donde te sientes cómoda  y si se acercan demasiado retrocedes.

Será porque si te dejas mirar de demasiado cerca, se ven mucho las debilidades (y las patas de gallo), pueden ver que en realidad, lo que más necesitas es a la gente, que te quieran, que te abracen, tan cerca pueden ver que tienes miedo de perder el control y abandonarte.

Cada uno es como es.  Yo ignífuga de piel.